La India pondrá a prueba su creciente protagonismo global en la cumbre del G-20 prevista este fin de semana en Nueva Delhi. La pujanza del crecimiento económico, el éxito de la misión lunar, la primacía demográfica y la provechosa posición de socio fundamental para EE UU y Europa en tiempos de erosión de las relaciones con China han cuajado la nueva fuerza de la India en la escena internacional. Pero una cumbre que se presenta complicadísima en medio de fuertes tensiones retratará cuánta influencia tiene Nueva Delhi y cómo de viable es su juego a múltiples bandas en busca de la defensa de sus intereses.
La India sigue manteniendo en política exterior su tradicional mantra del no alineamiento mientras cultiva con cada vez mayor convicción el objetivo de convertirse en un polo potente e independiente dentro de un mundo multipolar. Su desafío más inmediato y crítico es el pulso con China, una rivalidad que abarca cuestiones como las disputas territoriales, la competición por la influencia en la región, el apoyo de Pekín a Pakistán y otros factores sensibles. Es también en esa óptica, y no solo en la del deterioro de las relaciones internacionales, que hay que interpretar la anunciada ausencia de Xi Jinping de la cumbre de Nueva Delhi, que se suma a la de Vladímir Putin.
Las dificultades en las labores negociadoras previas apuntan a que la posibilidad de que la cumbre concluya sin un comunicado de consenso no es remota. Eso sería en primer lugar un fracaso del grupo en su conjunto, pero la presidencia india sin duda saldría con su prestigio en entredicho. La tensión entre Nueva Delhi y Pekín no facilita las cosas.
El pulso con China -que como otros en el mundo moderno va de la mano de una estrecha relación económica, muy importante para la India en sus objetivos de desarrollo infraestructural y manufacturero- se entrevé detrás de los principales movimientos en el tablero mundial del país liderado por Modi: el intento de erigirse en portavoz del llamado Sur Global, el acercamiento de Nueva Delhi a EE UU, la posición de la India en el foro BRICS.
“Como han dicho Narendra Modi y su ministro de Exteriores, la India está alineada con sus propios intereses. Entre ellos, destaca la voluntad de evitar que China se convierta en hegemónica en la región hasta tal punto de impedir a la India ejercer su influencia. Esto es clave, y cuando se mira a la relación de Nueva Delhi con el Sur Global debe verse sustancialmente como un intento de ser más influyente que China en ese ámbito”, dice Frédéric Grare, investigador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores experto en la India. En ese pulso, China dispone de la ventaja de sus mayores medios económicos, pero la India puede jugar con su posición ajena a la dicotomía Washington/Pekín, lo que en términos políticos puede ser una ventaja.
El esfuerzo por erigirse en gran representante del Sur Global es la principal clave de lectura de la presidencia india del G-20. Nueva Delhi ha tratado de impulsar una agenda que, desde la reestructuración de las deudas al diseño de las instituciones financieras global, desde el cambio climático al precio de los alimentos, asume en gran medida el punto de vista de ese amplio grupo de países.
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Por otro lado, el acercamiento de Nueva Delhi a Washington a causa del común recelo por el auge chino cobra gran impulso. El movimiento no es nuevo, pero ha adquirido especial velocidad con el primer ministro Modi, quien realizó recientemente una nueva visita de Estado a EE UU en la cual se le concedió el honor de dirigirse al Parlamento por segunda vez, distinción conseguida por poquísimos líderes en la historia. Modi regresó a casa con importantes acuerdos de transferencia de tecnología de Defensa bajo el brazo.
“Pero el acercamiento no es solo con EEUU, sino también con sus aliados, europeos o del Indo-Pacífico”, observa Eva Borreguero, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid especializada en Asia meridional.
La relación con China marca también la posición de la India en los BRICS. Esta es una agrupación surgida de la voluntad de países emergentes y no alineados con Occidente que reclamaban un mayor peso político internacional. Ahora, bajo presión de Pekín, acaba de dar pasos para ampliarse, mientras se ha ido reforzando en el grupo el antagonismo frente a Occidente -desde Rusia y China, entre los miembros históricos, o con la próxima incorporación de Irán-. “La India no comparte esto. Sus movimientos en ese grupo, aunque respondan a su propia lógica, convienen a los intereses occidentales”, dice Grare.
Grare observa que la política exterior india vivió un giro después de la disolución de la URSS, gran suministradora de su armamento. Siguió manteniendo una estrecha relación con Rusia, que es uno de los motivos por los que no condenó en la ONU la invasión de Ucrania, pero esta fue asumiendo una relevancia cada vez menor en una mirada global y no ha impedido que Modi lanzara mensajes críticos al Kremlin o avalara, en la cumbre del G-20 del año pasado, un comunicado incómodo para Moscú. A partir del desmoronamiento de la URSS empezó a cuajar el acercamiento a EE UU y el experto ve una línea de continuidad, con un tono más nacionalista, con las adaptaciones necesarias por el cambio de contexto, pero sin significativas variaciones de sustancia.
Borreguero señala cómo el mantenimiento formal de la política de no alineamiento esconde cambios “subterráneos”. “La India se ha dado cuenta de que ese no alineamiento no sirvió para impedir guerras con China y Pakistán. Nueva Delhi tiene inquietud por su seguridad, y sin esa seguridad su capacidad de atender los problemas internos se ve mermada. Y es en ese contexto que debe verse la construcción de esta nueva tupida red de relaciones con EE UU y varios de sus aliados, por ejemplo, a través del formato QUAD (que reúne a EE UU, la India, Japón y Australia)”. Esto no es un alineamiento formal, ni mucho menos una alianza militar, pero es la significativa pertenencia a un foro dedicado que busca mantener “libre y abierto” el Indo-Pacífico, un concepto con unas connotaciones estratégica de altísimo calibre.
Otra cuestión es si, y hasta qué punto, el nacionalismo hindú impulsado en clave interna por Modi y que está provocando un fuerte rechazo de la consistente minoría islámica india puede deteriorar las relaciones de la India con el amplio abanico de países musulmanes. “No creo que esto esté teniendo un impacto significativo”, dice Grare. “No digo que sea irrelevante, pero no es tan importante, no veo que esto esté afectando las relaciones internacionales”.
Todos estos factores convergerán en la cumbre de Nueva Delhi, marcando, para bien o para mal, la capacidad de acción de la presidencia india en la búsqueda del consenso. Como notaba un alto funcionario europeo, Indonesia, titular de la anterior presidencia del G-20, logró una auténtica hazaña en la cumbre de Bali en 2022 al cuajar un comunicado de consenso en una situación general que ya era muy tensa. La cita de este año ofrecerá importantes indicaciones sobre el estado del orden mundial, y también del lugar de la India en él.
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