Keir Starmer se ha enfrentado a un reto endiablado desde que asumió el control del Partido Laborista en abril de 2020: suscitar esperanza sin provocar miedo. Los conservadores, desesperados ante la caída que vaticinan todas las encuestas después de 13 años en el poder, siguen dibujando al líder de la oposición como el socialista despilfarrador, amante de la Unión Europea, blando con la delincuencia o la inmigración irregular e igual de radical, aunque lo oculte, que su predecesor, Jeremy Corbyn.
Los laboristas celebran desde este domingo y hasta el miércoles su congreso anual en Liverpool. Será el último antes de las elecciones generales, previstas a más tardar para enero de 2025, aunque la intuición general de políticos y periodistas británicos las adelante a la próxima primavera. Starmer, un exabogado y exfiscal con fama de serio, trabajador y responsable —una imagen que le ayudó cuando el contraste era con Boris Johnson; no tanto al confrontar con Rishi Sunak—, ha desplegado en los últimos años una ambivalencia calculada. Si el Brexit ha pasado a ser un hecho consumado no revisable, y el líder laborista promete no regresar al mercado interior de la UE o a su espacio común aduanero, ha defendido a la vez la necesidad de revisar el acuerdo y mejorar las relaciones con Bruselas. Si se compromete a preservar el rigor fiscal y la ortodoxia presupuestaria que los tories dilapidaron durante la era de Johnson y, especialmente, durante el breve y calamitoso mandato de Liz Truss, Starmer promete a su vez la inversión necesaria, a través de un plan de “economía verde”, para revitalizar un país en parada cardíaca. Y si asume, como Sunak, que la inmigración irregular se ha convertido en un problema que debe ser atajado, ofrece soluciones más humanitarias y eficaces que las deportaciones a Ruanda o las “prisiones flotantes”.
“Hay un consenso general en la idea de que el laborismo ganará las próximas elecciones generales, se celebren cuando se celebren los próximos 15 meses. Realmente está en manos de Starmer ganar o perder, o de acontecimientos imprevistos durante ese tiempo”, explica a EL PAÍS Martin Shaw, profesor emérito de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Essex. “El primer ministro conservador, Rishi Sunak, intenta ahora presentarse desesperadamente como el ‘candidato del cambio’, a pesar de que su partido lleva en el poder más de una década. La única duda que sigue en el aire, sin embargo, va a ser el tamaño de la mayoría laborista”, añade el académico.
Starmer se enfrenta a dos factores que han alterado la tradicional expectativa de alternancia en el poder entre conservadores y laboristas. Por un lado, el Partido Liberal-Demócrata, eterna bisagra del sistema británico, ha acabado siendo la única formación claramente anti-Brexit —aunque en su congreso de este año haya comenzado ya a introducir matices en su posición—, y puede ser la opción de la clase media del sur de Inglaterra que sigue resentida por ese divorcio. Por otro, el Partido Nacional Escocés (SNP) ha mantenido en la última década un dominio absoluto en un territorio en el que, históricamente, los laboristas eran amos y señores entre el electorado. En las elecciones generales de 2010, con Gordon Brown al frente del partido, la izquierda británica se hizo con 41 de los 59 diputados que aporta Escocia al Parlamento de Westminster. En 2019, con Jeremy Corbyn como líder del laborismo, obtuvo un diputado. El SNP se quedó con la mayoría de escaños.
“Aunque Starmer no sea capaz de construir una mayoría sólida, siguen siendo muy altas las probabilidades de que forme gobierno, porque el resto de partidos pequeños le ofrecerán su respaldo con tal de sacar del poder a los conservadores”, apunta Shaw sobre una tendencia de bloques que se repite en otros países europeos.
Sin embargo, la sorprendente victoria del laborismo del pasado jueves en la elección parcial de la circunscripción escocesa de Rutherglen y Hamilton ha permitido a Starmer alimentar la esperanza de una mayoría holgada en las próximas elecciones generales. Se disputaba el escaño de la diputada del SNP Margaret Ferrier, obligada a dimitir por saltarse las reglas del confinamiento. El candidato de la izquierda, Michael Shanks, obtuvo más del doble de votos que su rival nacionalista. Fue un voto de castigo a un SNP sumergido en una crisis interna, pero también la proyección de un Partido Laborista que puede finalmente recuperar la fortaleza que tuvo durante años en Escocia.
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Starmer, el moderado
La estrategia del líder laborista durante estos años ha estado cargada de precaución, hasta el punto de dejar fríos e indiferentes a muchos votantes que quieren conocer el proyecto a largo plazo de la izquierda para el Reino Unido, si es que tiene alguno. “El problema no está en el líder del partido, que se está desempeñando bien y podrá ser un buen primer ministro, capaz de mostrar calma ante los acontecimientos”, asegura Philip Collins, analista político y creador de algunos de los mejores discursos de Tony Blair, con cuyo Nuevo Laborismo se compara constantemente a Starmer. “Ha llegado la hora del Partido Laborista, porque su actual líder ha sido inteligente en su modo de hacer oposición. El problema es que nadie sabe aún en qué consistirá un Gobierno laborista en un momento en que no queda dinero [en las arcas públicas]”, señala Collins.
La portavoz de Economía del partido y número dos del laborismo, Rachel Reeves, una economista que trabajó para el Banco de Inglaterra, ha puesto sobre la mesa la propuesta conocida ya como securenomics (un juego de palabras entre seguridad y economía), una mezcla de responsabilidad fiscal e inyección prudente de dinero público en infraestructuras, energía verde y educación, y la promesa de no bajar impuestos o liberalizar finanzas. Su prudencia gusta a los mercados y los analistas económicos, pero sabe a poco a esa izquierda más alejada del centro que pervive entre afiliados y votantes laboristas.
“Si el laborismo no acierta a la hora de ser honesto respecto a la escala del legado de los conservadores, o a la hora de reconocer el radicalismo que va a necesitar para recomponerlo, se extenderá rápidamente la desilusión y provocará, no solo el regreso de los tories al poder, sino incluso de la derecha extrema”, ha advertido John McDonnel, el predecesor de Reeves como portavoz de Economía durante la era de Corbyn.
Starmer, que protagonizará con su discurso el momento central del congreso de Liverpool, se enfrenta al reto más complejo de su carrera política: convencer al electorado moderado de que puede confiar en él, y a todos aquellos desencantados con una década de austeridad, desigualdad e incertidumbre de que el Partido Laborista es capaz de inaugurar una nueva era con un planteamiento radical.
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