No son lo mismo ni han tenido, hasta ahora, la misma extensión ni repercusión, pero el Me Too y el Se Acabó están indisolublemente unidos y comparten origen: el hartazgo, el de las mujeres frente a la violencia, la desigualdad y la impunidad de quienes la ejercen y de quienes las permiten y las sostienen. El Se Acabó está unido a cada post, cada manifestación, cada concentración y cada mensaje que han hecho públicos o han compartido en redes privadas millones de ellas en el mundo desde 2017. El 15 de octubre de aquel año, Alyssa Milano publicó un tuit a las 22.21: “Si has sido acosada o agredida sexualmente, escribe Me Too [yo también, en español] como respuesta a este tuit”. El pasado 25 de agosto a las 12.34, fue la futbolista Alexia Putellas quien publicó el suyo para dar su apoyo a Jenni Hermoso tras el beso que, sin su consentimiento, el suspendido presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, le plantó pocos segundos después de que de su cuello colgara la medalla de campeona del mundo de fútbol: “Esto es inaceptable. Se acabó. Contigo compañera Jenni Hermoso”.
Ese “se acabó” se hizo viral como en su momento ocurrió con el “yo también” porque ambos concentran ideas y experiencias comunes a la inmensa mayoría de mujeres; ninguno puede entenderse únicamente como el apoyo a un hecho concreto, sino la expresión de lo compartido. Aquel “pico” como lo llamó Rubiales no era un “pico”, sino que reflejó décadas en las que las mujeres han recibido tantos otros “picos”. No es lo concreto de un hecho sino la acumulación de muchos que se han naturalizado y normalizado dentro del sistema.
Mientras que el Me Too puso de manifiesto, sobre todo, agresiones y abusos que son socialmente más fáciles de identificar por la gravedad que implican, el Se Acabó lo ha hecho con todas aquellas pequeñas cosas que se producen todos los días, cada día, y que, en realidad, no son pequeñas sino la base de la estructura. Son aquellas “actuaciones cotidianas menos evidentes que demuestran dominación de género” de las que habla Berta Barbet, doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Leicester (Inglaterra).
Y mientras que el Me Too supuso una ruptura con el silencio y estaba, sobre todo, asociado a la violencia sexual, el Se Acabó es un paso más y engloba cuestiones que traspasan esa violencia, aunque fuese un beso no consentido lo que lo iniciara; el “se acabó” tiene en sí mismo la carga de significado que implica romper la estructura, cambiarla, acabar con todas aquellas prácticas y actitudes que la mantienen y por la que todavía hay quien no ve nada malo en aquel “pico”. Antes, dice Nuria Romo, catedrática de Antropología Social de la Universidad de Granada, “no había posibilidad de dar respuesta a ciertas conductas machistas, era parte del mandato de género; la mujer estaba llamada a mantener el decoro, a mostrarse sumisa, ahora eso ha reventado y la sociedad es más consciente de cómo se siente la mujer”.
De ahí que El Me Too supusiese exponer, y el Se Acabó, transformar.
Ese salto de uno a otro tiene mucho que ver el contexto concreto del que salió el segundo: un equipo de jugadoras ninguneadas, controladas y sometidas por distintos entrenadores y presidentes de la Federación desde hace 30 años. Y esa situación, dentro del ámbito deportivo, fue para muchas mujeres —y muchos hombres que también identificaron aquel gesto de forma casi instantánea—, equiparable a la que han atravesado y atraviesan en los suyos propios.
Por eso, en la última semana, el hashtag #seacabó ha iniciado dos procesos que se han extendido entre hombres y mujeres. El primero, el de revisión. A muchos de ellos esto les ha llevado a “recordar” y “reflexionar” sobre el pasado, dice Daniel González, un hombre de 34 que “pensó” en “si alguna vez había ocurrido algo así” en su vida; Víctor López, de 36, afirma que no ha sido tanto “este caso concreto” sino “cómo ha cambiado la sociedad”, y ha sido “en los últimos años” cuando ha ido haciendo esa reflexión.
En ellas, no solo ha provocado esa reflexión sino que ha despertado algunos recuerdos que hoy ubican de otra forma. Eso ha hecho que mujeres de distintas edades y lugares hayan empezado a destapar historias en las que fueron víctimas de abuso de poder en lugares públicos frente a ojos de terceros, casos, por ejemplo, de acoso laboral por parte de superiores en medio de un lugar de trabajo.
Hace unos días, la periodista Cristina Fallarás —que en 2018 impulsó el hashtag #cuéntalo invitando a las mujeres a relatar las agresiones sufridas para evidenciar la veracidad de las denuncias y la dimensión del conflicto (ya suma 40.000 historias en primera persona)— publicó un artículo en un periódico digital en el que contaba la “canallada” que sufrió por parte de algunos compañeros de la sección de deportes en un diario nacional en el que trabajó. Su intención fue unir el fútbol y lo laboral, ya que, según cuenta, se preguntaba cuántas mujeres habrían recordado agresiones sufridas tras escuchar las palabras de Luis Rubiales. Decenas de mujeres comenzaron a mandarle sus relatos y ella fue publicando algunos de ellos en su cuenta de Instagram.
Inspirada por ese llamamiento, una periodista publicó en sus redes sociales su relato personal del #SeAcabó. Contó cómo su jefe, un conocido periodista cultural, después de una serie de encuentros sexuales consentidos, la maltrató durante años con gritos y humillaciones ante la mirada gacha de sus compañeros de redacción. “Duró años, dinamitó mi autoestima y quebró mis nervios”, contaba. La joven se apuntó a un ERE voluntario, vio la puerta y corrió. En su post, denunciaba que ese periodista seguía ejerciendo y firmando reportajes sobre feminismo, “una hipocresía” que le “revolvía las tripas”.
Una de sus excompañeras del diario publicaba horas después un tuit con la historia, y el juicio público en la red hizo el resto: más de 2,2 millones de visualizaciones y en menos de 24 horas el medio en el que trabajaba el periodista acusado prescindió de él. Sin denuncia ante los tribunales ni sentencia. El testimonio de esa mujer fue suficiente.
Barbet, la politóloga, advierte de los riesgos de que esta nueva oleada de denuncias públicas se convierta en una guerra de sexos en las redes sociales, y de cómo señalar y perseguir a un solo hombre y acabar con su carrera puede enturbiar el objetivo de fondo: revisar los motivos por los que las personas del entorno bajan la cabeza e incentivar a las empresas a aprobar protocolos para detectar abusos y depurar responsabilidades. “No se trata de enterrar carreras, sino de generar contextos en los que estas actitudes dejen de ser impunes. No hay que plantearlo como una cuestión de personas malas dentro de un sistema, sino revisar las estructuras que lo hacen posible”, señala. Barbet considera inútil proyectar una visión maniquea y dicotómica de comportamientos correctos e incorrectos, ya que de esa forma solo se acabaría con los comportamientos más denostables y no con la cultura que subyace. “Hay que propiciar una reflexión de fondo”.
Tras el caso Rubiales, en Twitter han circulado hasta quinielas con nombres propios de quiénes podrían ser los próximos hombres en caer: humoristas, periodistas, opinadores… “Es un comportamiento absolutamente tóxico que alimenta la retórica de que no hay ningún hombre que esté a salvo”, apunta Barbet. La politóloga cree que de esta forma ellos se sienten señalados y, por tanto, colaborarán menos en el cambio de modelo. “Generar dudas y sombras sobre ellos no es el camino”, apunta.
Esa respuesta inmediata que se está dando con el movimiento #Seacabó se debe, según la profesora de Sociología del Género de la Universidad de La Coruña, Rosa Cobo, a que esta cuarta ola feminista ha caído sobre un suelo “muy fértil”. “Una vez que las mujeres han conseguido ser creídas, ahora buscan cambios drásticos, evidenciar los múltiples micromachismos normalizados y frente a los que dicen basta”.
¿Cómo se explica el silencio, cómplice o no, de terceras personas ante un abuso de poder en, por ejemplo, un lugar de trabajo? Es una cuestión de valores, que, “afortunadamente”, evolucionan, explica Patricia Gabaldón, directora del grado de Economía de IE University. “Durante décadas el líder mejor considerado era el más agresivo, se creaban niveles de miedo en diferentes entornos, en la oficina o en la familia, y ante esa amenaza era más fácil poner el foco en la víctima y creer que algo habría hecho para merecer ese castigo”. Ahora el cambio de paradigma está abriendo la puerta a comportamientos más empáticos en los que ya no impera la jerarquía del miedo.
A diferencia del Me Too, en el Se Acabó no todo lo que se denuncia y el reproche social que genera supone, legislativamente, un delito. La catedrática de Derecho Penal de la Universidad de Cádiz, María Acale, cree que a diferencia de los abusos denunciados con el primero, en el segundo la respuesta penal no siempre es la idónea. Preguntada por el caso Rubiales, explica que no hay que analizar los hechos como si la única calificación fuese la agresión sexual. “Hay un nuevo delito de trato degradante, el artículo 173.4 de la ley orgánica 10/2022, que contempla comportamientos que atentan contra la integridad moral”, por ejemplo.
En lo que está de acuerdo con el resto de expertas y tras dos semanas de análisis de lo sucedido, es que la sociedad “ha pasado de una tímida denuncia por parte de muchas mujeres en el #metoo a un movimiento que ha dado un golpe en la mesa. Es un punto y final a las situaciones de indignidad hacia las mujeres”. Para ella, en “estos años se ha producido una reflexión social sobre el consentimiento y hasta dónde llega el ámbito de autonomía de una persona”.
Aún así, todavía puede suceder que el entorno pueda pasar por alto las vejaciones de forma inconsciente, por no disponer de las herramientas necesarias para emitir un juicio condenatorio, o de manera consciente y deliberada. Es lo que la abogada penalista y criminóloga Clara Vall define como un “reducto de población extremadamente reaccionario” que niega esos abusos. “Los que respaldan a Rubiales se niegan a aceptar que las mujeres hemos ganado este pulso a nivel de hegemonía cultural y recurren a viejos clichés de hace 30 años como analizar el comportamiento de la víctima e incluso filtrar vídeos de Jennifer Hermoso en el autobús durante la celebración. Es una muestra ridícula e inequívoca de la agonía de algunos hombres ante el fin del patriarcado”.
Sin embargo, entre ambos movimientos hay una diferencia que refleja el cambio, paulatino pero sólido, que ha trabajado el feminismo, la sociedad, en estos seis años. El Me Too comenzó a través de la denuncia directa de Milano, el Se Acabó, aunque acuñado como tal por Putellas a través de su tuit cinco días después de que sucediera, lo hizo de forma inmediata, a través de post de ciudadanas y ciudadanos que lo estaban viendo por televisión y que identificaron todo lo que significa aquel beso no consentido a través de la conciencia feminista que ha permeado en la última década. Al Me Too le hizo falta una voz propia para arrancar, la de quien denunciaba. En el Se Acabó, la sociedad ya estaba preparada para hacerlo sola: de forma autónoma, e instantánea.
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